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“E gli uomini non arrivano! Sarebbe ora, e da tempo! E me ne sto qui oziosa, tutta imbellettata di biacca e con la tunica bella, cantandomi una canzone e facendo la graziosa, per accalappiare qualcuno che passi…”
Aristofane, Ecclesiazuse, Año 329 a.C.
El mercado de la vanidad, es decir, el sector cosmético, está a la vanguardia en la búsqueda de materiales que puedan realzar la belleza porque, ya sabes, ésta no tiene precio y siempre ha sido una fuente de inmensas ganancias. Si hace dos mil años las mujeres estaban dispuestas a untarse el tóxico plomo blanco en el rostro, hoy en día ya no es posible proponer pigmentos puros para que estén en contacto con la piel y embellecerse (o incluso debajo, en el caso de los tatuajes) La iridiscencia natural de los peces estimuló la imaginación de ingeniosos alquimistas, como un tal Jaquin, que en 1650 puso en el mercado la Esencia de Oriente, un pigmento obtenido moliendo escamas de peces pacientemente recolectadas. Tendría que producirse un completo desarrollo de la química para obtener pigmentos nacarados, con sales de mercurio y arsénico, llegados hace exactamente un siglo y que por su naturaleza no eran aptas para el sector cosmético. Había que esperar otro medio siglo para llegar a materiales estables y no tóxicos: los pigmentos micáceos (Iriodin).
Además de los llamados pigmentos nacarados (creados para replicar el efecto natural de la luz que incide sobre las perlas y el nácar), existen otros que otorgan "efectos especiales", como los iridiscentes o los interferentes. Se trata siempre de productos que, en sentido estricto, no pueden emplear el término "pigmento", ya que se obtienen fijando colorantes sobre un inerte, por lo que se pueden definir como "lacas". Sin embargo, utilizaremos el término "pigmento" porque así se conocen comercialmente.
Gracias a su estabilidad, los pigmentos micáceos (Iriodin) pueden sustituir a las antiguas purpurinas, que tienen el defecto de oxidarse y cambiar de color con el tiempo. Dado que los pigmentos micáceos (Iriodin) están cubiertos con capas de óxido, no están sujetos a oxidación. Son estables hasta 800 °C y resistentes a ácidos, bases, disolventes y radiación ultravioleta.
En cuanto a la toxicidad, los micáceos cumplen con la legislación más estricta, ya que en cosmética se exigen los más altos estándares de seguridad a los materiales utilizados.
Desde la década de los 90 han sido protagonistas de un continuo crecimiento, a pesar de que los complejos métodos de síntesis hacen que el coste de estos pigmentos sea muy elevado.
La gran familia de los micáceos explota un tipo de minerales laminares, basados en una sucesión de planos de sílice (tetraedros SiO4) alternados con cationes metálicos (Fe o Al), denominados micas. Entre las micas, la más utilizada en este campo es la moscovita, de fórmula H2KAl3(SiO4)3, clasificada como pigmento blanco (PW 20, CI 77019), pero
convenientemente modificada para aumentar su estabilidad y variar el color, dando lugar a diferentes efectos.
Para trabajar con ellos se pueden emplear todos los aglutinantes, desde la goma arábiga hasta el acrílico, desde el óleo hasta el temple. El resultado óptico final está influenciado por el tipo de ligante, los métodos de aplicación y el color del material subyacente; y también se ve afectado por el tipo de iluminación y el ángulo de visión. Por eso es recomendable que en el momento de hacer el retoque, el aplicador se coloque siempre que sea posible en la posición en la que estará un observador. Al igual que ocurre con el pan de oro extendido sobre varios bolos de colores, la semitransparencia de los pigmentos micáceos hace que cuando se aplica en una capa fina, el color de fondo influye mucho en el efecto final.
Podemos dividir los micáceos en grupos que se diferencian según los tipos de materiales estratificados y, por tanto, los efectos ópticos que se pueden obtener.
En CTS hemos seleccionado unos colores que se pueden mezclar entre sí y también con otros pigmentos para obtener diversas tonalidades. A mayor cantidad de pigmento tradicional, menor efecto metálico obtenido.
Dado su uso en el arte contemporáneo, fue necesario desarrollar métodos analíticos adecuados para su identificación, como en el caso de las obras de 1965-1967 del portugués De Sousa: contenían la tóxica plumbonacrita Pb5(CO3)3O(OH)2, mientras que los trabajos posteriores a 2000 se basaron en el oxicloruro de bismuto menos tóxico, más metálico y brillante, BiOCl. Este estudio [1] ha mostrado indirectamente la evolución de este sector hacia materiales con menor toxicidad.
Bibliografía
Eva Mariasole Angelin, Sara Babo, Joana Lia Ferreira, Maria João Melo; “Raman microscopy for the identification of pearlescent pigments in acrylic works of art”, Journal of Raman Spectrometry, 2019; 50:232–241.